Siempre escuché que no era “nuestra competencia” o que estaríamos invadiendo el terreno de otros profesionales sanitarios. Así lo creía yo también… hasta que me mudé a Noruega.
Aquí, un día se me ofreció la posibilidad de formarme para vacunar. Y me pregunté: ¿por qué no? Decidí hacerlo. Hoy, tras varios años ejerciendo, lo veo como una de las experiencias que más han hecho crecer mi rol como farmacéutica.
- Más que una vacuna: una oportunidad profesional
Vacunar no solo amplía nuestras competencias. También alivia la presión en los centros de atención primaria y hace que más personas accedan a la vacunación. ¿Por qué? Porque la farmacia está abierta más horas y es mucho más accesible para los pacientes. Pueden venir cuando les venga bien, sin pedir cita con semanas de antelación.
- Seguridad ante todo
Antes de vacunar, siempre se realiza una encuesta para descartar posibles riesgos. Si el paciente tiene alguna contraindicación, se le deriva al médico.
Además, no todos los empleados de la farmacia están obligados a vacunar, pero todos deben contar con conocimientos básicos de primeros auxilios. Esto aumenta la seguridad de todos: tanto del paciente como del equipo.
- Preparación y profesionalidad
La farmacia noruega está equipada para manejar posibles reacciones adversas. Y eso marca la diferencia. No se trata solo de aplicar una vacuna, sino de tener los recursos adecuados, tanto materiales como humanos, para hacerlo con garantías.
- Mi conclusión tras cuatro años
Después de este tiempo, mi visión ha cambiado por completo. Siempre que se dediquen los recursos necesarios para preparar tanto el local como al personal, vacunar en farmacia es más un beneficio que un riesgo.
Es una forma más de estar cerca del paciente, de contribuir activamente al sistema sanitario y de crecer como profesional.